lunes, 6 de septiembre de 2010

EL BIENESTAR NO SE COMPRA


He descubierto este articulo de Eduard punset que me a gustado mucho. Haber que opináis.

Me ha dado que pensar la pregunta de una joven hija de un guardia civil a la que admiro profundamente. El matrimonio de sus padres se deshizo por culpa de la esposa cuando ella tenía apenas 15 años. De la pubertad son casi todos recuerdos dolorosos, cuando no abusos de otros más fuertes y despiadados. Es una realidad que descubrimos a menudo los que, como yo, bajamos de la nube en la que vivimos. ¿Cuál fue la pregunta de esta joven ahora ya letrada?
La pregunta en sí no es tan relevante como el preguntarse por qué las personas que han sufrido formulan preguntas con mayor frecuencia a los que vivimos en una nube que a los antiguos sabios versados en lo sobrenatural. ¿Por qué nos piden a nosotros precisamente las recetas del bienestar?
Ha cambiado el concepto de sabiduría. Lo que ahora da cierta confianza a la gente es constatar la familiaridad con los procesos emocionales implicados en la felicidad, de muchos de los cuales puede medirse ya su intensidad; pero no es eso lo más significativo. Antes eran sabios los que sabían mucho latín o casi todo de la supuesta vida sobrenatural, que sigue invadiendo hasta grados inimaginables la mentalidad de las personas.
Atenea, la diosa griega de la sabiduría, contempla Madrid desde lo alto del Círculo de Bellas Artes (imagen: usuario de Flickr).
Los sabios modernos son gente implicada en el pensamiento metafórico, que aprendieron a desgranar hace apenas cuarenta mil años. Espacios cerebrales utilizados hasta entonces para sugerir determinados pensamientos de un solo género, como los materiales, se empezaron a vincular con los recuerdos anclados en espacios cerebrales totalmente distintos, como los biológicos: “Mi hijo es más resistente que el hierro”, dijo algún innovador metafórico lejano. Y la joven letrada a que me refería antes pudo empezar a barruntar algo de lo que le pasaba.
El sabio moderno está más familiarizado también con el estudio de la vida antes de la muerte –que la hay, realmente, aunque mucha gente no lo crea– que con la supuesta vida después de la muerte; son también expertos en experimentar en detalle las tesis sugeridas porque son, en definitiva, partidarios de que la ciencia irrumpa en la cultura popular. Son los sabios de hoy día mucho más modestos que los sabios del pasado, y en ellos la gente tiende a confiar cuando se pregunta sobre los factores personales que pueden ayudarla a sobrevivir.
La joven letrada a la que antes me refería sigue acosada por tribulaciones sin fin, pero hoy cuenta con algunas señales a las que agarrarse en medio del vendaval. Es imprescindible aprender a gestionar las propias emociones. Saber diseñar la tabla de compromisos de forma diaria, semanal, mensual y anualmente para poder diferir lo que el cambio de talante o la crisis obligue a diferir. Hacer lo imposible para ejercer cierto control sobre nuestras propias vidas; no hay vida si no se controla por lo menos parte de ella. Ser consciente de la importancia comparativa de las relaciones personales en el entramado vital. Hace falta un determinado nivel de resistencia y perseverancia en el cumplimiento de los objetivos que uno se ha fijado. Y lo que los psicólogos califican de vocación para sumergirse en el “flujo”, ya sea del amor, del trabajo o del entretenimiento.
Hemos aprendido, además, y no es nada baladí, que no se puede comprar el bienestar. A medida que aumenta el nivel de riqueza –y ya puede ponerse la gente como quiera–, aumenta también el  desasosiego inducido por el abanico de una mayor elección. La infelicidad no es el resultado del mercado, como se cree tan a menudo, sino de la falta de transparencia de ese mercado y la consiguiente corrupción. Que se lo pregunten, si no, a tantos defraudados y parados por culpa de especuladores que en el sector de la construcción vendieron a precios exorbitados.

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